sábado, 18 de abril de 2020

Fin de la cuarentena

Si bien Matt había conseguido dormir una hora más de los normal en los últimos días, lidiar con la ansiedad no le era fácil y, con una hora menos estando despierto, fumaba lo mismo que antes. Llamó a su madre por teléfono a eso del mediodía, como todos los días, para ver cómo llevaba la cuarentena: preguntarle qué había comido, si sabía algo de la tía, si se le había desinflamado la pierna, si piratita seguía resfriado -¿estás segura de que no es una alergia al antipulgas?-, si esto y aquello en un orden de cuestionario que había repasado en la ducha y durante los primeros mates matutinos. En cada oportunidad su madre contestaba gustosa y extensamente a cada una de las preguntas, sabiendo que, en rigor, era ella la que estaba brindándole a él una importante asistencia al reafirmar su posición de regio y macanudo jefe de la institución familiar. Agotado el itinerario, ya aliviado Matt de la severa carga de certificar su autoridad, respondió al “y vos?” con una explicación similar a la de cada día sobre las leves modificaciones que había decidido hacer en la distribución del trabajo.

Sin tapujos, el asunto era claro: como si le hubiesen jugado una broma macabra a la medida de su naturaleza, llevaba días encerrado sin poder ir a la oficina bajo ningún pretexto y la empresa no estaba funcionando ni generando problemas significativos que requieran sus dotes de buen gerente, así que debía distribuir sus respectivas tareas de modo tal que cada día pudiera hacer meticulosamente su parte pero sin trabajar de más, porque no avizoraba peor panorama que el de agotar demasiado pronto su labor y quedarse sin nada que hacer quién sabe hasta cuándo. Había acomodado una y otra vez las carpetas de gastos en distintos órdenes de prelación, colocado índices y carátulas a los archivos, enumerado las páginas de los biblioratos, distribuido los inventarios en orden alfabético y catalogado una larga lista de etcéteras de papel. Quizá no ir por unos días a la oficina no era tan malo (intentaba convencerse); jamás podría haber logrado semejante organización debiendo lidiar con las tareas cotidianas, y así estaría mucho más a gusto al regreso. 
Claro que, ya habiendo ordenado todo, empezaría por las liquidaciones de sueldo, cosa de que el asunto quede resuelto y que cuando el Viejo preguntase por ellas pudiere decirle -ya está, Viejito; tenes todo resuelto como siempre-, emulando al menos una frase que le recordaría a los gloriosos días de trabajo previos al cautiverio del aislamiento. Sabía que el Viejo le preguntaría primero por esto porque “si estos tipos no cobran, nos prenden fuego el rancho, Matt”. Después podría terminar las planillas de registros de insumos y pensar, entre mates y Don Satur, si es mejor clasificar las facturas por fecha o por proveedor, o tal vez cerrar los balances de la primera quincena.
Antes de abocarse a lo suyo, fiel a la improfanable ceremonia rutinaria, se dispuso a hacer entrar en calor su computadora con una breve pero no banal visita a su sitio web porno favorito, para así poner manos a la obra (nunca mejor dicho) al necesario proceso de relajación. Fue entonces que recordó aquella página mencionada por sus amigos en el grupo de whatsapp, a través de la cual uno podía escribir barbaridades en vivo a una señorita mientras esta se exhibía en paños menores o se masturbaba. Había que ver de qué se trataba ese descubrimiento que tanto espamento había generado entre los muchachos.
En efecto, el sitio era bueno; contaba con varias ventanas que exhibían a distintas chicas deseosas de ofrecer gratuitamente su belleza a cualquier sujeto anónimo. En su mayoría eran grabaciones y no chats en vivo, pero eso poco importaba. Pasando revista incluso advirtió que a una de ellas la había visto ya en otros sitios web, lo que hizo que todo se tornare más familiar. Hubiera reconocido aun sin lentes a esas inconfundibles dos tetas cono incluso sin necesidad de ver el rostro angelical de su portadora, pensó, pues con la pelirroja había compartido cuantiosos encuentros virtuales en los imaginarios aposentos de su reino de fantasías provistas vía plan de 300 megas de red wifi con descuento promocional. Lo curioso aquí es que Angelica Hot Teen, cuyo nombre artístico desde ya no debía ser del todo real, era demasiado distinto al que utilizaba en otros sitios, donde se apodaba Marissa Large.
Esto no concluyó aquí: sucedió lo mismo con Juliet Toms, Alessandra Love, Joudie Pink y hasta con las chicas de seudónimo latino, como Luli Márquez y Laura García Topp. La lista se prolongaba más y más. A medida que pasaba de página, sentía que dejaba atrás ese desorden nominal sin hacer nada al respecto, como si estuviera intentando barrer con una escoba en un terreno de tierra. Entonces, animado por la revelación de un potencial pasatiempo que quizá brindaría una anécdota para sus amigos y sin dudas morigeraría su ansiedad, se encomendó a sí mismo la tarea de descargar uno a uno los videos y brindarles cierta cohesión en los archivos de su computadora. No tardó mucho en comprometerse con el proyecto; el mismo día en que emprendió la faena notó que el orden cronológico de los videos evidenciaba ciertos patrones de frecuencia característicos de cada una de las chicas. Las más profesionales filmaban unas dos veces por semana; las amateurs cada dos días, aproximadamente. Entre tantos elementos de análisis, lo más complejo, desde ya, sería determinar cómo optar por alguno de sus diversos nombres que utilizaban para así alojar a cada una en su carpeta correspondiente. 
En los días siguientes ya podía mirar con orgullo los innumerables y abultados archivos ordenados minuciosamente en su ordenador, gratificante sensación de tener frente a él el fruto de su trabajo. Eran casi las siete de la tarde cuando advirtió que no había llamado a su madre durante toda la jornada. No le fue fácil recordar si ya era jueves, viernes o sábado, ya que este nuevo trabajo web en el submundo de la cultura erótica no respeta horarios y sus demandas lo tenían prácticamente sin dormir. 
El llamado telefónico fue breve y cargado de intromisiones. -Matt, querido, me hacés preocupar!; por qué no contestas el teléfono?; hace una semana que te estoy llamando!; vos estas con una chica?; no estarás metiendo gente en su casa… ¿no?; no tendrá el coronavirus esa chica, ¿no?-. Las respuestas no pasaron del -no, mamá; estoy trabajando, mamá; estoy muy ocupado; quedate tranquila…-, estirando siempre alguna siiiilaba en la última palabra, para que quede claro que estaba sumamente ocupado, inmiscuido en cosas importantes, y que ya era hora de que lidiaran con los asuntos familiares prescindiendo de él por un tiempo.
El siguiente llamado fue recibido uno o dos días después (tal vez tres). Era el Viejo! qué gusto escuchar su voz. Que cómo había estado; que cómo estaba llevando la cuarentena; que había recibido noticias de tu mamá, Matt, sobre lo atareado que estabas con el trabajo; que no dormías por tantas responsabilidades, campeón. El viejo se disculpó por no haber advertido que había depositado semejante carga y le ofreció reasignar algunas labores, aunque sólo por cortesía ya que, sin duda alguna, no había posibilidades de que Matt delegase algo y mucho menos a su propio jefe. Me alegra que estés bien, hijo. Cualquier cosa me avisás. Un último favor, querido, porque ya nos levantan la cuarentena: por ahí se te pasó entre tantas cosas, pero no me llegaron las liquidaciones de los sueldos y si no las paso mañana… viste cómo es esto, nos incendian el rancho. Disimulando la tensión en la voz, Matt repitió el speach de siempre. -No te preocupes, viejo; está todo resuelto. Ya te mando todo. Abrazo enorme-.

Ni liquidaciones ni nada. ¿cómo que levantan la cuarentena? Tendría que hacer hoy mismo el trabajo pendiente de... ¿un mes? ¿pasó un mes, ya?; inventar alguna excusa, decir que le robaron… ¿los archivos? No, definitivamente no. Incendiar la casa! eso estaría bien. Eso sería lo ideal, pero no… concentrate, Matt; no es momento de fantasear salidas fáciles. Había que ponerse YA a trabajar. Ponerse a trabajar sin perder más tiempo. Ya son las 18 y, con ayuda del algún pretexto y un trozo de alambre con que atar los cálculos, quizá mañana tendría, bien o mal, hechas al menos las liquidaciones. Las 18… a esa hora Luli Yuss seguramente estaría publicando un video con ese chiche turquesa nuevo que se metía hasta la vesícula. También Carla Bren estaría haciendo lo suyo, sobre todo ahora que sus videos eran publicados simultáneamente en cuatro sitios web. Ni hablar de esa chica nueva que… hay que descargar eso y archivarlo. Hay que poner todo en su lugar para poder trabajar tranquilo. Sí: no se puede trabajar sin estar tranquilo. Empezaría por las páginas porno más nuevas y después por las clásicas. Después, un chequeo general en las que recopilan videos, y tal vez reordenar las carpetas de las chicas por nacionalidad, ya que este dato variaba menos que sus nombres...

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