martes, 11 de agosto de 2020

Trágico destino

Entre todas las creaciones (o apropiaciones) que los griegos nos legaron, una de las más cautivantes es la tragedia. Esta forma de arte surge de los rituales religiosos dedicados a Dionisio, el famoso dios del vino y la fertilidad. Aparentemente, muchísimo tiempo antes de los siglos dorados del arte trágico, los primeros griegos celebraban a este dios cantando y bebiendo en exceso (seguro que desnudos). Por lo general, el que comandaba el rito se disfrazaba de cabra y entonaba himnos  mientras todos se emborrachaban hasta el éxtasis (de esto proviene la palabra tragedia, ya que la expresión “tragoda” es “canto del carnero”). Luego, con el paso de los años, esos rituales sumaron el coro y otras voces que, en algún momento de la historia, devendrán en actores.


La tragedia termina de conformarse con las innovaciones formales de los tres grandes poetas griegos: Esquilo, Sófocles y Eurípides y con la Poética de Aristóteles, en la cual describe minuciosamente el funcionamiento de lo trágico. De nada sirve, ahora, profundizar en Aristóteles, pero sí mencionar la palabra clave para comprender la tragedia: DESTINO. Al contrario de lo que suele creerse, lo trágico no es solamente lo relativo a la muerte o a la desgracia. Por ejemplo, Edipo no muere, ya que peregrinar por el mundo como un mendigo ciego que carga con la vergüenza de haber matado a su papá y haber cogido en todas las posiciones con su mamá, es peor que morir. Lo importante es el destino, porque es inevitable. No importa qué tan lejos los personajes se oculten, el destino siempre los pone en su lugar y les caga la vida.

Con respecto a los grandes poetas, Esquilo fue el primero, sus temas rondan lo divino. Se encargó de llevar al teatro los mitos en los cuales los dioses todopoderosos y los titanes, dominan a los hombres por más que estos intenten evitarlo. Es, por decirlo de algún modo, el poeta religioso. Luego, Sófocles, es el poeta de la polis: sus obras se ligan a la consolidación de la democracia y al acatamiento de la ley. Los humanos se debaten entre la ley divina y la ley humana, y siempre que no cumplan debidamente con ambas, acaban en problemas (Edipo cogiendo con su mamá después de matar a su papá). Por su parte, Eurípides es el poeta rebelde. Sus obras ponen en el centro los problemas de los humanos y desatiende el cuidado de la ley y la religión. No estaba de acuerdo con algunas políticas de Atenas y lo demostró en su obra.

Y, hablando del destino, estos autores que imaginaron y representaron la fatalidad, tuvieron muertes notables. Esquilo caminaba por el campo cuando un águila dejó caer una tortuga  con tanta suerte que el caparazón impactó en su cráneo, matándolo al instante. Eurípides, ofendido con la decadente Atenas que vaciaba sus arcas en la guerra del Peloponeso, se mudó a Macedonia. Mientras paseaba por el bosque, lo mató una jauría de perros (algunos dicen que los perros eran del rey y justo se le escaparon). Sófocles murió de viejo.


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